Nos gustan los antiguos secretos, la historia, la cultura, la montaña, el mar.
Nos gusta hacer trekking, hablar con los habitantes de los lugares a donde vamos. Nos gusta la buena comida y disfrutar de todo ello.
Ahora... reunir todos estos gustos en una sola excursión parece imposible, ¿verdad?
Bien, verás, quizá en otros lugares lo sea, pero estamos en Creta, en la isla de los dioses, y aquí todo puede pasar...
Hace tiempo que programábamos hacer una excursión en el lado sudoeste de la isla.
Teníamos un dato que queríamos comprobar con nuestros propios ojos, pero por logística y afinidad esperábamos el momento y la gente oportuna para realizar esta aventura. Cuando hablamos de que Creta tiene un sinfín de lugares recónditos por descubrir, no lo hacemos a modo de publicidad, lo hacemos porque vivimos en la isla, la conocemos, y esta no deja de sorprendernos incluso en el día a día.
Por cuestiones de resguardo del lugar y de la joya que allí se encuentra, no vamos a publicar demasiadas precisiones de cómo llegar y dónde se encuentra el lugar exactamente, pero sí te mostraremos las fotografías. Y quizá algún día puedas hacer esta excursión con nosotros.
Allí donde se terminan los caminos y comienzan las blancas montañas en el corazón de la Creta, habita un hombre con el que hicimos amistad. Su nombre es Andonis.
Andonis es conocedor de las montañas. Nació allí, se crió como pastor y goza de la templanza y la cordialidad de aquellas personas que son acunadas por un entorno como ese. A él fuimos, con nuestros amigos, en busca de descanso, (porque construyó unas habitaciones en un lugar adorable) e información de cómo llegar al lugar a donde queríamos llegar.
Teníamos un objetivo, llegar hasta la costa. Pero el objetivo de la llegada a la costa no era simplemente realizar una inmersión en las aguas turquesas. Sabíamos por otros lugareños y por amigos arqueólogos que allí se hallaba erguida una pequeña iglesia con más de mil años de antigüedad. Sí, mil años... No figura en los mapas, e incluso hemos pasado innumerables veces navegando y pasa desapercibida debido a los materiales con los cuales se construyó y a su pequeño tamaño.
Al lugar se puede acceder de dos maneras: o encontrando un pescador de buen humor que quiera llevarte con su bote hasta la bahía, o descendiendo por un majestuoso y escarpado acantilado
Como nos agrada la aventura, elegimos la segunda opción. Decidimos llegar haciendo trekking a través de las montañas.
Esa noche nos fuimos a dormir impacientes...
Nos levantamos temprano, desayunamos abundantemente; nos despedimos de Andonis que nos dio las últimas recomendaciones y emprendimos nuestra marcha.
Apenas abandonamos el complejo, debimos atravesar los corrales, donde el padre de Andonis guarda sus cabritos (que por cierto en esta época del año tuvieron sus crías o las están teniendo, y es un placer exquisito observarlas tan pequeñitas tomando la leche de su madre)
La primera hora de marcha fue a través de un sendero que no presentó dificultades. A los costados se levantan paredes de piedra, hechas por los propietarios de los campos que atravesábamos. Y no pudimos evitar pensar cuánto tiempo les habría llevado armar esos kilómetros de muro piedra a piedra...
El clima nos acompañaba, ya que no hacía demasiado frio ni tampoco calor, de manera que para caminar el tiempo era perfecto.
Al cabo de una hora de caminata en donde solo nos detuvimos a mirar las primorosas anémonas que están floreciendo aquí y allá, llegamos al borde del acantilado...
El paisaje es imponente. Sencillamente espléndido. De manera que allí hicimos una pausa para hidratarnos, revisar las amarraduras de nuestros calzados, tomar fotografías y alistarnos para continuar viaje.
El descenso se realiza a través de un camino zigzagueante en una pendiente de bastante consideración.
Si tuviéramos que calificar esta excursión diríamos que es de dificultad media, y digamos que hay que tener buen estado para poder realizarla. Sobre todo si piensas que (al revés de lo que dice el dicho popular) si bajas, tienes que subir... Ahora, si te agrada hacer trekking y este tipo de aventuras, pues éste definitivamente es el lugar.
Lo bueno estaba por comenzar.
El mayor problema con la senda es la presencia de piedras sueltas, casi todo el camino es así, por lo que íbamos despacio. Hay tramos en los que existe una especie de calzada de piedra bastante uniforme, pero son escasos. Hubo alguien entre nosotros que dijo que el descenso el camino era como estar en una especie de Machu Picchu a escala.
Naturalmente el aire era muy puro y la brisa del mar despejaba nuestro agotamiento. ¡La vista, una vez más, era imponente! Casi todo el recorrido lo hicimos entre bosquecillos de cipreses. Y hubo un factor que fue una constante en todo el trayecto que nos causó mucha gracia: siempre nos sentimos observados.
Y es que en las laderas sobre las piedras empinadas y en los lugares más inaccesibles que puedas imaginar había cabras, que de lejos inmóviles como estatuas miraban con suma atención todos nuestros movimientos. De manera que a veces parábamos simplemente a jugar nosotros también, tratando de descubrir desde donde nos estaban observando.
Dos horas y media fue el tiempo que tardamos en descender el acantilado de quinientos metros aproximadamente. Se podría haber hecho más rápido, pero la pendiente es muy inclinada y las rodillas pueden pasar factura si uno se apura.
Pocos metros antes de descender a la playa, vimos lo que íbamos a buscar. ¡Allí estaba, como testigo muda del tiempo, una iglesia dedicada a San Pablo construida por los primeros cristianos! Una iglesia pequeñísima con mil años de historia sobre sus espaldas. Hermosa, romántica, llena de misterios.
Hicimos los últimos metros hasta llegar a su desgastada escalera con extrema prisa, pero como si un halo protector sagrado la envolviera, antes de entrar redujimos el paso y nuestra actitud pasó de un estado de casi excitación a otro de solemnidad.
No es una catedral ostentosa, no es siquiera una iglesia modesta. Es una habitación con un altar posterior muy rústico. Pero lo que la hace indescriptiblemente hermosa es su arquitectura de estilo exterior, su historia, y sobre todo que esté todavía en pie exactamente a pocos metros del mar.
Hubo alguien que dijo ¡Lo que habrá visto este edificio...! Piratas, las invasiones de los sarracenos, los venecianos, los turcos, los alemanes… La Historia está escrita en sus paredes.
En su interior todavía se perciben los frescos que la ornamentaban (ya muy destruidos, por supuesto) y hay indicios de ofrendas que nos indicaron que los lugareños aún van allí a realizar sus plegarias o promesas. Casi no posee ventanas excepto unas pequeñas aberturas por donde se filtraba la luz. Es imposible estar allí adentro y no transportarse en el tiempo, así lo sentimos todos. Entre nuestros amigos se encontraban algunos guías muy cualificados, gente con experiencia que está acostumbrada a ver tesoros antiguos, reliquias, etc. Pero sin embargo el sentimiento de exaltación y sobrecogimiento fue para todos unánime.
Tomamos nuestras fotografías, la observamos casi centímetro a centímetro, volvimos a cerrar su portilla y nos retiramos unos metros hacia la playa a descansar y tomar el refrigerio que habíamos llevado.
Todos con una sonrisa en los labios, y esa sensación de que estar allí era realmente un privilegio.
El regreso fue lento, y fatigoso, pero con calma lo hicimos sin mayores dificultades.
Sobre el final otra vez en la cima del acantilado, nos detuvimos una vez más a echar un último vistazo, y a contemplar la exquisitez del sol que se ponía una vez más sobre el horizonte del mar, regalándonos sus infinitos colores y unos recuerdos que difícilmente olvidaremos...
Si te interesa contactarnos, si te agradaría visitar la isla y compartir con nosotros este tipo de experiencias, no dudes en hacerlo. Somos guías, disfrutamos lo que hacemos, y sabemos hacerlo.
Que tengas un día maravilloso. Un abrazo.
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